Si el cerebro determina tu comportamiento, ¿Soy yo sólo mi cerebro? ¿Soy víctima, en realidad, de mi cerebro?

Las acciones humanas vienen determinadas por nuestro cerebro, un órgano muy difícil de entender compuesto por millones de interconexiones neuronales que por sí solas no serían más que una célula que responde a un determinado impulso eléctrico pero que, unida a las demás, forma una superestructura capaz de dirigir todas las funciones vitales y el comportamiento de un ser superior más complejo. 

Ese ser ciñe sus actuaciones conforme a las instrucciones que recibe de su cerebro y ocurre así con todos los seres vivos que poseen en menor o mayor medida este tipo de conexiones celulares. 

En el caso de los seres humanos, que poseen el mayor número de estas interconexiones neuronales con respecto al resto de los seres vivos, es capaz incluso de hacer tangibles conceptos tales como: deseos, ansias, fobias, ética, moral…

Las respuestas que da nuestro cerebro ante determinados estímulos no son las mismas en todos los individuos, ya que dependen de factores como la edad, las vivencias personales, el estado de ánimo… Nuestro cerebro analiza las diferentes situaciones ante las que nos encontramos, nos induce a tomar decisiones frente a su análisis (que también provienen de él) pero, evidentemente, no podría gestionarlas adecuadamente si su entorno no fuera el propicio. 

Ante determinadas situaciones tensas, nuestro cerebro no funciona de la misma manera. Ha de tener unas condiciones óptimas para su correcto funcionamiento aunque, aún ante estas situaciones extremas, su funcionamiento tiene como finalidad salvaguardar la integridad del individuo del que forma parte (salvo en determinadas conductas desviadas que provocan un mal funcionamiento del mismo). 

No podemos concluir que seamos únicamente cerebro. Si podemos decir que nuestro cerebro guía nuestra conducta. El cerebro se nutre de todas nuestras sensaciones y en base a ellas dirige nuestros actos para conseguir nuestro bienestar, con el fin de satisfacer todas nuestras necesidades. Nuestro cerebro es único pero no funciona en solitario. Es autónomo en sus reacciones pero no así en la realidad, puesto que depende del resto de nuestros órganos para su supervivencia, órganos que por otra parte controla y dependen de él para su desarrollo y supervivencia. Es en esta simbiosis en la que se fundamenta nuestra vida. 

Ahora bien, ¿cómo podríamos analizar esa frase que dice: “Con el cerebro haría una cosa, pero el corazón me dicta que haga otra”? La contestación nos haría dar infinitas vueltas alrededor de un círculo ya que, aunque ambos conceptos provienen de nuestro cerebro, no por ello somos víctimas de él. Esa elección que buscamos la encontramos en nuestro propio cerebro al que llevamos a veces a un estrés máximo, ya que le estamos exigiendo que tome una determinación que no sabe solucionar en un principio, puesto que o bien no ha tenido una experiencia previa o bien, ha tenido la experiencia pero no sabe conjugar la dicotomía que se le presenta. 

Este tema es el que la inteligencia artificial no sabe solventar. No todo es blanco o todo es negro. La toma de decisiones es muy complicada porque depende de infinidad de factores que deben ser analizados y que se basan en algo más que algoritmos. Hay por medio una serie de sensaciones intangibles que nuestro cerebro logra diferenciar y que paralelamente le crean sobreexcitación cuando estas percepciones son antagónicas. 

Podríamos acabar con esta pregunta ¿Soy víctima de mi cerebro? No. Soy un ser vivo cuyas actuaciones están dirigidas por él pero no soy víctima suya, ya que salvaguarda mi existencia haciéndome tomar las decisiones que cree adecuadas para que yo, como ente global, siga sobreviviendo.   

La resolución de todos los problemas derivados de nuestra vida diaria son resueltos por nuestro cerebro en base a la experiencia y el conocimiento que vamos adquiriendo conforme vamos evolucionando a lo largo de nuestra existencia.